miércoles, 21 de diciembre de 2011

Amar sin red

Al principio cometí un gran error.

Pretendí que me tendieras una red para ir sobre seguro. Que me dieras pistas, señales, que me alentaras. Pero, ¿cómo ibas tú a hacerte cargo de mi miedo a volar si recién acababas de caerte?

Fueron pequeños intentos de levantarme del suelo, creyendo que esos tímidos saltos iban a permitirme cruzar el abismo telefónico que nos separaba, y poniendo la responsabilidad del otro lado, que solo se preocupaba de sobrevivir en su naufragio. Luego vino otro naufragio, una isla desierta y un darme cuenta de que los tesoros estaban al otro lado del mar que me aislaba.

Ahora comprendo que las cosas no pueden hacerse así. Si uno quiere volar tan alto como los trapecistas, no puede estar pendiente de dónde está la red y si la caída será dentro o fuera de ella.

Solo así se puede llegar lo más lejos posible. Sin reservas, sin precauciones. Con mucho miedo de caer, porque no hay ni la más mínima seguridad.

Entonces, y solo entonces, uno se entrega amando, a fondo, con todas las fuerzas, con todo el tiempo, con toda la pasión. Cuando no se puede pensar en otra cosa que en el momento presente, en lo que se entrega sin compensación, en lo que se arriesga.

Porque cualquier duda, cualquier atisbo de querer una seguridad, nos puede distraer en el momento más difícil, en el punto más alto del salto.

No sé si seguiré volando o si caeré, si acabaré abrazado a tu pecho o en el duro suelo. No quiero mirar hacia abajo y ver la altura que ya he alcanzado.

Hoy solo quiero seguir volando.
Seguir amándote.
Otro día más.

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