lunes, 18 de octubre de 2010

Boxeo

De esquina a esquina, a un combate te reto.
Tú en tu esquinita envuelta de terciopelo
abrazada a la almohada más afortunada
Yo en mi esquina telefónica harto dilatada.
De esquina a esquina, a un combate de besos.

domingo, 17 de octubre de 2010

Aprendiendo a ser felices (2ª parte)

Hoy, cierta discusión me ha convencido de la verdad de una idea que me ronda desde hace cierto tiempo.

Ayer pasé un día estupendo sin acordarme de mis problemas con mi visitante favorito, o favorita, debo decir. Tanto que el buen humor me duró mucho más allá de la visita, mientras ordenaba la cocina, mientras recogía la ropa del tendedero, y tanto que se me olvidó que tenía la lavadora llena de trapos. ¡Menos mal que eran trapos de limpieza y no ropa!
Por la mente solo me pasaban ideas bonitas, creativas, hasta me vi una película malísima ("300") sin criticarla en absoluto.

Hoy, sin embargo, después de la discusión he tenido un nudo en el estómago todo el día, pero la preocupación no era por la discusión ni por los problemas en si, sino por el hecho de tener en frente a una persona cuya influencia me deja viendo todo con un color negro parduzco, con muy muy poco sitio para la felicidad.

Mi teoría es cierta. Hay personas que sacan de uno todo lo bueno y lo mejor, y hay personas que sacan de uno lo peor y lo más oscuro.
Esto suena a justificación de soplagaitas dedicado a terapéuta ayudador en las que toda responsabilidad por los actos propios recae en los padres, en la pareja, los astros o la increible cruz de pertenecer a un número concreto del eneagrama no saben bien por qué desgraciado accidente.

No. Pero es cierto. Hay personas con las que uno saca lo mejor sin esforzarse, y personas con las que uno saca lo peor sin pestañear. Y eso no quiere decir que no haya ya ninguna responsabilidad de los propios actos. A veces, también sale lo peor con mucha facilidad en una circunstancia concreta por mucho que todo vaya a las mil maravillas con alguien.
Y es ahí donde está nuestra responsabilidad. Reconocer eso y no empeñarnos en darnos cabezazos una y otra vez contra un muro cuando repetidamente alguien nos causa dolor. Y ojo, también nos causa dolor cuando somos rastreros con ese alguien. No creo que nadie se sienta bien agrediendo al otro incluso en la más sutil de las maneras (claro que también hay psicópatas pero eso se escapa de toda razón).

Nuestra primera responsabilidad hacia la felicidad propia es reconocer "con quién" estamos bien y con quién mal continuamente. Y no hace falta mucho tiempo para olfatear eso.

Obviamente, también hay una responsabilidad en ser capaz de no sacar lo peor en los prontos que nos llevan a eso. Pero eligiendo bien con quien estamos, son solo eso, prontos. Eligiendo mal, uno se siente como con los trabajos de Perseo. Cuando todo parece arreglado, zas, todo lleno de nuevo de barro y mierda.

Quizás la clave está en la estadística, en los porcentajes. Y ojo, no se trata de si nos lo "pasamos bien" en el sentido vanal de la palabra... de echar unas risas, divertirse...
No. Se trata de contar cuantas veces uno se siente noble, generoso, orgulloso, emocionado, en fin, volando a dos palmos del suelo, y todo gracias a esa persona... No es lo que "me pasa con" sino "lo que hago cuando estoy con"...

Por cierto, también se puede estar mucho más arriba del suelo, en las nubes concretamente, por causas hormonales. Y es que eso se confunde muy fácilmente... pero no dura.

Mentirijillas piadosas

Esta tarde la conversación viajó a muchos sitios, pero mirándote no pude evitar volver a Florencia durante unos momentos.
Quizás fue la luz suave de la tarde, quizás las especias del té, o tal vez el rosa sobre el rojo.
Quizás fue que no te temo tanto como me temo.
Quizás me olvidé de todo por un instante y vi posarse en tus labios un beso de buenas noches a las 5 de la tarde.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Princesas

El otro día pasaba una chica muy, pero que muy atractiva por la calle y mi amigo Martín comentó:

-A esa no podemos aspirar ni tú ni yo. Esa es "top". Hay que tener mucho nivel para que ni siquiera te dirija la palabra.

Bueno. Tenía un físico muy cuidado, pero me dió algo de pena. Muy estirada por encima de los pobres diablos mortales que se volvían a mirarla pasar. Muy sabedora de esa posición de superioridad. Pero la pena no era por mí. Ni tampoco por ella. Al fin y al cabo llamar la atención no era algo que le hubiera caido encima como una condena, sino algo cláramente elaborado y minuciosamente planeado. No es para sentir mucha compasión. Casi un deporte sentir el poder de atraer para rechazar. Y esa es la clave, rechazar para que nadie se acerque tanto como para que se dé cuenta de la verdad. Es una de estas princesas de cuento perfectas, pero que son prisioneras de esa perfección imposible. Cada cosa que hagan o digan es un paso más hacia la decepción, porque van marcando la separación entre el ideal que encarnan y su humana realidad, que nunca es perfecta.

Las princesas que yo busco no son perfectas. Estas princesas son símplemente almas que despiertan en un hombre el deseo de ser bueno, digno, de mejorar como persona. Y ese sentimiento de querer mejorar no viene del miedo a ser rechazados, sino (esto lo imagino, no lo sé exactamente) quizás de un recuerdo de cuando fuimos ángeles, traido por esa ventana que nos asoma al paraiso que son las princesas.

miércoles, 16 de junio de 2010

Tierra mojada

Los ojos besando la oscuridad
buscando un anuncio de claridad del alba lejana.
La piel perlada recuerda el calor de esta noche
deseando un soplo de aire que enfríe la humedad.

Suena el viento cálido en los pinos
intento adivinar el rumor de la lluvia
pero no recuerdo tormentas al atardecer
y sigo escuchando la noche en esta cama.

Vuelvo a soñar con gotas que resbalan
mojando lentas la tierra blanda,
envuelto en un abrazo cálido de sábanas blancas
fragante como un bosque mojado al filo de la madrugada.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Nunca te besé en Florencia

Nunca te besé en Florencia,
encerrada en tu miedo a tu locura
escondida de cada examen
sin preparar en un día de lluvia,
y yo... yo ni siquiera te conocía,
ni siquiera te recordaba todavía.

No recuerdo cuándo estuve en Florencia,
traté de preguntarle a las piedras,
a las calles amanecidas,
al puente dormido
y al agua cansada
y ni recordaban si aún llorabas,
ni sabían a quien amabas.

Nunca me viste en Florencia,
porque la primavera te llevaba volando
riendo feliz de verte enmarcada
por tanta belleza de flores blancas.
Ya no quedaban ecos de mis pisadas
sobre el rojo atardecer de la plaza.

¡Qué feliz quien te hubiera besado en Florencia!
¡Qué feliz, quien no te pudiera conocer todavía!