domingo, 5 de julio de 2009

Lluvia clara

Recuerdo aquella tarde en Barcelona como si fuera ayer. Fue hace mucho, casi 20 años, pero aun me veo corriendo por los andenes de metro para llegar a tiempo a la catedral.

Era primavera y era un día gris de finales de mayo. Pero no era un día triste. Hacía mucho calor y humedad, y la lluvia caia mansamente.
Era uno de esos días en que la lluvia no era fría. Tan solo te hacía sentir la ropa húmeda en la piel, y el calor pegajoso del final de la primavera.

Era un día gris, pero no era triste. No me sentía triste, sino blanco, porque todo era en gris y negro en ese barrio hecho de piedras antiguas, pero la lluvia era clara. Casi luminosa. Ni siquiera las piedras parecían duras sino dulces, redondas... suaves.

Recuerdo los contrastes de la luz.
La oscuridad solemne de la catedral frente a la lluvia blanca
cayendo alegre desde las gárgolas,
cantando sobre la piedra gris de los callejones.

El contraste del órgano llenando de silencio la iglesia
como si fuera un líquido negro y pesado.
Y fuera el silencio leve de las calles desiertas,
enmarcando el rumor de los chorros de agua cayendo de los tejados.

La piedra, el agua, el ruido, el cielo,
todo era muy joven
porque la lluvia había limpiado la piedra de historia y recuerdos.

También recuerdo una tarde de libertad mágica.
No había otra cosa que libertad en mi soledad esa tarde,
porque la soledad era libertad para correr feliz
a jugar con mis sueños de callejuelas medievales solitarias bajo la lluvia.

Me pregunto si aun existirá la lluvia a finales de mayo en Barcelona...

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