Está lloviendo.
Me encantan los días de lluvia. Sí. Sé que para salir a la calle e ir a trabajar son una pesadilla. El tráfico, los charcos, los paraguas mojados.
Pero me encanta ver llover en casa, sentado en el sofá con una mantita, viendo a través de la ventana cómo cae el agua en esta rara oscuridad de un anochecer a mediodía. Y me sirvo una taza de té y me gusta imaginarme que estoy en una casita en el campo en Dinamarca, en verano, viendo llover en el jardín y sobre los prados verdes ondulados más allá de la valla de listones recién pintados de blanco. Y también sobre la playa de arena clara que se adivina en el horizonte, donde el mar en calma chisporrotea cuando las gotas de lluvia caen en medio de sus circulitos, que las reciben antes de meterse en un abrazo juntos en el agua gris azulada.
Cada círculo y su gota. Juntos. Fundiéndose en una misma ola, como un beso inacabable, de aguas que se buscan sin cesar.
Y yo me pregunto, ¿querrá tanto el agua del mar a la de la lluvia como yo a tí?
lunes, 14 de noviembre de 2011
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